Hace unos días escribí sobre el exceso de sensibilidad que tengo en mi día a día, y es que ando embelesado con los atardeceres veraniegos, disfruto de la desconexión que me permite, o mejor dicho, que me fuerza el pueblo; estoy escribiendo más que nunca, porque todo lo que veo me genera un sentimiento, camino por las calles y todo me inspira a encañonar mis pensamientos y disparar las palabras que me salen del alma a través de un teclado; he desempolvado mi aparatejo costoso que me permite escuchar música en alta fidelidad, y estoy en mi etapa más ochentera (musicalmente hablando), siempre muy pegado a mi esencia, que está muy remotamente alejada de los ritmos cadenciosos, trepidantes, que incitan al deseo, al contorneo de cuerpos húmedos al son del bajo; en mi soledad, y en mi estado más puro, soy afín a los ritmos sosegados, apacibles, y a medida que me acerco a los treinta, soy un hombre aún más reposado, fofo, aburrido, y ahora que estoy en mi etapa ochentera, escucho artistas como Foreigner, The Carpenters, Chicago, Phil Collins, Roxette, entre otros.

Estas últimas semanas siento que una parte de mi alma está inquieta, y que busca en la música un puente hacia eso que añora, aún no logro descifrar qué es, pero sé que mi nostalgia va muy ligada a ese sentimiento de añoranza el cual desconozco su origen. Pero estas últimas semanas el amor me invade, me inunda; destruye mi coraza de hombre serio y frívolo, características inmutables en mi personalidad y que han permanecido a lo largo del tiempo, las cuales se han visto obligadas a rendirse ante el afecto, la melancolía y la nostalgia. He mandado algunas cartas a personas a las cuales he querido mucho en algún momento de mi vida, personas que no están presentes en mi día a día, sin embargo les tengo un cariño invaluable, y en estos días me atreví a extenderles mi afecto en un par de versos; unos cuantos respondieron con el mismo afecto, y otros cuántos me han dejado en visto, seguro dijeron: “Este cabrón está borracho”. Y sí, estoy borracho de amor, y se me hizo inevitable soltar una carcajada cuando vi que mi afecto ha sido ignorado o despreciado. No les guardo rencor, y no puedo esperar cosechar lo que nunca sembré.

En estos días también tengo el anhelo de reencontrarme con mi familia, que eso es aún más raro en mí, ya que siempre he sido renuente a verlos, he sido un fiel combatiente de mi libertad y de no ser obligado a hacer algo que no quiero, mucho menos cuando se trata de respirar el mismo aire que ellos, y no es por odio, sino por un hastío ante las actitudes tan pretenciosas de mis tías, y a los enfrentamientos banales en las sobremesas, ese arraigo al pasado del cual yo huyo, ese constante resentimiento por algo que ya pasó, que ya no existe, me supera, me desgasta, me agota; y es por eso que hace más de 10 años que no tengo un acercamiento voluntario, y creí no volver a tener esta necesidad de compartir con ellos, pero en estos días tengo un anhelo desbordante por compartir con ellos, abrazarlos, atosigarlos de amor, quiero construir una mesa larga, infinita, y poder conversar, reír, disfrutar. Probablemente mis deseos sean una quimera fantasiosa, y cuando ese sueño se materialice termine siendo un poco más de lo que siempre fue, y también, probablemente me termine arrepintiendo de unir al clan Vizcarra, pero en fin, el amor a veces es tonto, y como buen tonto estoy planificando mis tonterías.

Pero, sin dudas, lo que más me ha llamado la atención, es mi total admiración por el mar, por saber qué hay más allá de lo que uno ve, qué esconde el mundo detrás de sus horizontes, qué hay allá, en lo que para mí es el fin del mundo. Veo botes cruzar los mares de izquierda a derecha, de derecha a izquierda; no sé si de norte a sur o de este a oeste, porque soy un desorientado; pero diariamente veo diminutos puntos en los adentros más distantes del océano, sólo alguien con binoculares o con una vista tan privilegiada como la mía pueden distinguir las lancheras y bolicheras abrirse camino en el imponente mar.

Sin embargo, a pesar de la incertidumbre y ansiedad que me genera la idea de estar en el medio de la nada, desconectado del mundo entero, sin opción a arrepentimientos una vez adentrado en la aventura rumbo a lo desconocido, no solo para mí, sino para el ser humano. Algo dentro de mí, que creo está muy ligado a mi sensación de nostalgia, me pide ir, y escucho una voz que proviene del horizonte que me dice “ven”, y lo escucho todos los días, y veo el mar con gran deseo, pero, también una parte de mí, una parte muy serena de mí, me dice que es un viaje sin retorno; sin embargo quiero ir, aunque el miedo me consume, su inmensidad me da aliento y paz, como si fuera un sentenciado que afronta su destino.

Honestamente nunca le he tenido miedo a morir, siento que la muerte es lo que le da sentido a la vida, valoramos cada instante, disfrutamos los momentos a lado de nuestros seres queridos, le damos valor al tiempo porque es un recurso finito, que sólo la muerte te arrebata; pero si la muerte no existiera, ese recurso tan valioso del tiempo carecería de valor, no tendríamos prisa por realizar nuestros sueños, no amaríamos con la intensidad que amamos. Saber que todo tiene un final nos hace conscientes de lo que tenemos en nuestro presente. La vida se vuelve más preciosa cuando se reconoce su fragilidad. No veo a la muerte como un fin, sino como una motivación para vivir, y sé que mi momento llegará, y con gusto, tomado de su mano caminaré hacia un lugar mejor, hacia un lugar con paz, sin preocupaciones ni tristezas.

Desde hace días que siento que no importa si me bañe o no, si huela a perfume o no, si estoy en un lugar fresco o humedecido por el calor, si estoy en mi casa o caminando por las calles; para donde vaya siempre hay un moscardón que me persigue y aunque lo ahuyento con vehemencia, de alguna manera logra esquivar la muerte, y aún cuando muere logra reencarnar en un igual, como si su destino fuera perseguirme o tal vez darme un mensaje. Dicen que en la mitología griega, Belcebú era también conocido como el Señor de las Moscas, ya que su presencia se hace mayor en la pestilencia y la decadencia, y tenían la teoría que las moscas eran heraldos de la muerte y el caos. En ciertas culturas también consideran que la presencia de una mosca alrededor de una persona, podría señalar un fin cercano. Mi querida amiga, la mosca, no sé qué mensaje traiga, no sé si es de mal augurio o simplemente somos dos solitarias errantes en busca de compañía.

El otro día caminando de regreso a mi casa después de aventurarme en la búsqueda nocturna de pan, sentí que algo se movió, no logré ver con claridad qué era, la calle estaba oscura y vacía, me frené para ver si era un perro o un gato que estaba merodeando cerca; pero después de sondear el terreno, me di cuenta que no había nada, entonces seguí con mi travesía, convenciéndome de que todo fue producto de mi imaginación; cuando de repente, veo cruzar a unos tres metros de mí a una rata enorme a toda velocidad, volví a frenarme, la respiración se me pausó, al igual que el resto de mi cuerpo, mi miedo más grande, mi fobia más temida en toda mi vida se estaba haciendo canon, y estaba presenciando y reviviendo mi trauma más antiguo. Perplejo quedé, y aunque la habré presenciado no más de dos segundos, para mí duró una vida, y cuando cobré valor, redireccioné mi camino en sentido contrario, huyendo traumatizado, con las piernas temblorosas y una sensación en todo el cuerpo de angustia, como si el animalejo hubiera trepado y recorrido cada parte de mi cuerpo. Recuerdo que esa noche me costó mucho relajarme, cada que cerraba los ojos la veía pasar en mi mente, y la fobia volvía a aparecer, y siento que desde esa noche tengo esa sensación en el pecho que no me deja tranquilo.

Horas después, ya analizando el significado de las ratas, da la casualidad de que también representan un mal augurio, también están asociadas a presagios como las enfermedades o la muerte, y el que se cruce en mi camino lo tomo como una advertencia de que tal vez debo ser más cauteloso con mis pasos, tal vez tengo que cambiar el sentido de mi rumbo, tal vez si sigo por el camino de mi sendero no llegaré a buen puerto, o tal vez, al igual que la mosca, tal vez y sólo tal vez sea un mensaje.

Días después, ya habiendo superado el trauma que me generó aquella rata traviesa que recorría las calles, me encontraba escribiendo en la terraza, y en una técnica o artimañana para encontrar inspiración, mire al cielo, como esperando alguna especie de ayuda divina; y es que no sé si se han dado cuenta, pero estamos tan acostumbrados de ir caminando mirando hacia el suelo o hacia nuestros teléfonos, que ignoramos lo que pasa por encima de nosotros, y muchas veces la belleza de las arquitecturas está en las partes más altas de las mismas, los atardeceres son obras de arte pintadas en los cielos, las estrellas y su infinita lejanía, sólo pueden ser apreciadas y cuestionadas si es que vemos al cielo; una luna llena y su majestuosidad sólo la podemos contemplar si es que nos sumergimos en ese negro con el que nos cubre la noche. Y muchas veces la mejor inspiración está en los cielos, más que en la tierra o en uno mismo. Ese día me percaté que en el cielo que me rodeaba habían cuatro aves rapaces, yo los conozco como gallinazos, pero casi todos los conocen como buitres; y se sabe que son aves carroñeras que buscan en la muerte y la descomposición alimento para satisfacerse, pero los buitres solo rondaban el cielo despejado, planeando y dando vueltas al rededor mío, es en ese momento que me cuestioné si es que todas estas coincidencias eran un mensaje, si tal vez era la muerte que iba rondando mi vida, si esta nostalgia que siento es justo una necesidad de despedirme, si este amor que desbordo todos los días es una forma desesperada de repartir todo ese amor que tengo acumulado y no querer partir dejando pendientes; si esta sensación de querer a mis seres queridos cerca es justo una especie de última cena, no sé si estas ganas de llorar que me dan los paisajes hermosos, los atardeceres de ensueño y la música, es mi alma agradecida por la vida y la nostalgia es por esa tristeza que te genera cuando sabes que algo que te hizo muy feliz no lo volverás a ver más.

Hoy, cuando empecé a escribir esto, me levanté de la cama después de una siesta inusual, después de descansar durante horas en la tarde, desperté y sentía el deseo de escribir, no sabía de qué, pero sentía la necesidad de expresarme, de inmortalizarme en mis palabras, y cuando me dirigí a mi laptop, que está en una mesa en la terraza que tiene como vista principal el inmenso mar, vi que al borde de la ventana había una paloma blanca, mansa, pura, tranquila, mirando hacia los lados sin ningún temor, y al verla sentí mucha paz, y la observé durante unos dos minutos aproximadamente, no sé si aún estaba soñando, pero les juro que antes de partir volteó a verme directamente a los ojos, y alzó vuelo, agitando sus alas con fervencia, hacia un rumbo desconocido, pero su dirección era clara, el mar. La paloma voló y voló sin parar, yendo hacia ese horizonte que les mencioné al inicio, hacia esa voz que me dice “ven”, hacia las bolicheras que bifurcan los mares de izquierda a derecha y de derecha a izquierda; la paloma se dirigía hacia ese lugar que para mí es el fin del mundo, hacia esa línea recta que une el cielo con la tierra, hacia ese desconocido y hacia eso que llamo mi destino. Traté de no perderla de vista, pero su blancura se mezcló con los destellos que reflejan en el mar, y ni los mejores binoculares, ni mi vista privilegiada podrían darle seguimiento a todo su trayecto.

Pero, ¿Acaso las palomas no buscan tierra donde descansar? ¿Acaso Noé no mandaba una paloma a que sobrevuele los mares a ver si había tierra cerca? ¿Por qué esta paloma se dirigía hacia el mar? ¿Acaso también era un mensaje? ¿Acaso es la voz que me insiste que vaya? ¿Todo lo que me ha pasado en estos días son eventos fortuitos o son señales o advertencias de un presagio final? Honestamente no supe cómo empezar este escrito, pero sé que honestamente lo escribo sin miedo, lo escribo desde la paz que me dio esa paloma, con esa resiliencia ante lo que podría ser un mensaje, o un destino, no lo sé.

Si la vida se acabara pronto, me daría pena el no haber logrado todo lo que quise haber logrado; pero también me iría con la satisfacción de saber que todo lo que pude haber dado hasta ahora lo di: di todo lo que tenía para dar. Desde que tengo uso de razón, traté de ser el mejor hijo para mi mamá, probablemente me equivoqué un montón de veces, pero sólo Dios y yo saben que quise ser el mejor hijo; fui una persona que siempre respetó las creencias de los demás, nunca traté de imponer mis ideas por encima de otras personas. Amé de todas las formas que se pueden amar en esta vida, amé a mi madre, adoré a mi hermano, amé a mis amigos, amé incluso cuando me hicieron daño, incluso cuando pisotearon mi amor, nunca me cerré a la idea de amar, de amar intensamente, de amar sin medidas, y si hoy me tocara partir, me iría sabiendo que la vida me dio una oportunidad, por pequeña que sea, de haber encontrado una persona que me ame de la misma manera que sé amar, y si me tocara partir, me voy con esa sensación de que pudimos amarnos más, pero también con la alegría que la amé hasta el último día de mi vida, y me iría feliz de haber conocido lo que se siente que te amen como amo yo, de haber sentido sus abrazos y sus besos, y en sus ojos cuando me mira, conocer lo que significa sentirse amado. Me iría de este mundo viendo a mi madre reírse a carcajadas mientras escribo esto, viendo como mi hermano empieza a valorar las cosas simples de la vida. Me voy sin resentimientos, con el corazón en paz, y con esta sensación de tranquilidad.

Repito, no le temo a la muerte, la recibo con gozo y alegría; pero si tendría que darle respuesta a esa voz que escucho en la lejanía del fondo del mar, pero fuerte y claro como si estuviera susurrándome al oído, quiero decirle que por más que tengo la necesidad de saber cuál es el mensaje me tiene, siento que aún no es el momento; le digo a la muerte que me dé una prórroga, sólo un poco más de tiempo, quiero tiempo para poder enterrar a mi madre, y evitarle ese dolor insufrible de ver partir a un hijo; quiero tiempo para enseñarle a mi hermano la importancia de amar a los suyos, quiero tiempo para corresponder aún más el amor hacia mi novia, y hacerla mi esposa, quiero ver en sus ojos mi futuro, y en mi futuro ver sus ojos, y a esos ojos llamarlos mi hija, quiero construir el hogar que nunca tuve, quiero dejar un legado, ser la nueva vertiente de mi apellido, donde mis sobrinos y mis nietos disfruten de una mesa larga llena de comida, de unión, alejados de las carencias y las peleas. Quiero ser yo el que despida a mi esposa, quiero ser yo el que cargue con todo el peso del sufrimiento, porque estoy acostumbrado a él, porque el dolor ya no me hace daño, y me gustaría que cuando haya construido una familia y despedido a los que tenía que despedir, cuando el luto haya sanado y mi tiempo en esta tierra se haya agotado, me lleves contigo, muerte querida, y me reencuentres con todas las personas que despedí, porque estoy seguro que en vida las extrañaré demasiado, llévame de tu mano hacia esa voz que me dice “ven”, porque estoy seguro que esa voz, son de todas esas personas que desde el futuro me extrañan, y con gusto voy hacia ustedes, esperando que me reciban con los brazos abiertos.

Hasta entonces, paloma blanca.

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