Muy poco duró mi estancia en Arequipa, y es que siento que nunca existirá un tiempo suficiente para estar en mi tierra, cuánto la extrañaré estas semanas, y me es imposible no proyectar mis sentimientos a un futuro no tan lejano, y siento que una parte de mí morirá cuando tenga que explorar la vida en otros horizontes.
Estoy escribiendo esto en un bus rumbo a Mollendo, en un acto estoico de enfrentar el calor abrasivo del verano, que te empapa con bochornos que te humedecen constantemente y del cual no hay cómo escapar, y que sólo se hace más llevadero acompañado de una cerveza bien fría.
Desde hace un tiempo me he reencontrado con mi vieja amiga, la melancolía, nos hemos vuelto a abrazar después de haber perdido contacto durante muchos años, y conversamos todos los días, en una especie de actualización de lo bien que nos ha ido solos en todo este tiempo; y no se confundan, no estoy triste, estoy nostálgico, que es muy diferente, tal vez por eso ahora tengo una necesidad de convertir esta nostalgia en palabras, porque estoy lleno de sensaciones, todo lo que miro u oigo me genera un sentimiento, es como la etapa menstrual de un escritor, en donde la sensibilidad se intensifica.
Ahora estoy sentado en la ventana, viendo el horizonte árido de la sierra, y lo que en mi singularidad es el fin de la tierra, veo el sol esconderse, dando pase a la oscuridad, al frío inclemente para aquellos que no cuentan con un techo donde refugiarse, y a medida que los minutos pasan, el horizonte se difumina hasta volverse un negro absoluto, ya no veo más el fin de la tierra.
La verdad es que hace mucho no subo a un bus interprovincial, hace muchos años que no vivo este intercambio social en donde comparto mi espacio con demás personas por tanto tiempo, veo gente dormir, reír, escucho gente roncar; veo a un niño leer con pasión a Robert Kiyosaki, me da alegría ver en esas personas una esperanza para mí como escritor y también para la sociedad, que está tan acostumbrada al contenido rápido, a los videos que te sintetizan toda la información en un minuto, ya no hay mucha gente que encuentra placer en los largos periodos de lectura.
Esta carretera la he recorrido decenas de veces con canciones de Foreigner a todo volumen a más de 180 km/h, y nunca tuve una sensación de inseguridad, pero estos últimos viajes en los que he tenido que poner en manos de otras personas la responsabilidad de mi vida, siempre inicio el viaje con la incertidumbre de no saber si llegaré a mi destino, pero eso sí, siempre acompañado de alguna canción ochentera que me abstraiga del miedo que me genera la forma de conducir del cabrón chofer. Probablemente yo fui aún más cabrón al manejar mucho más rápido, pero al menos un deportivo se zarandea menos que este bus un tanto destartalado que me genera náuseas.
Siéndoles sincero, esta parte del blog lo escribo horas después; el meneo constante y el zigzagueo de las curvas hizo que mi estómago se revolviera y lamentablemente, escribir y vomitar a la vez, no es una habilidad que aún domine. Pero, mientras cerraba los ojos, sumergido en la oscuridad de mis pensamientos, mientras agudizaba mis otros sentidos al privarme de la vista, el olor a bus viejo, mezclado con el humor de las personas hacían una amalgama de aromas, junto con el remanente olfativo del olor a chicharrón que venden en la carretera, me hizo recordar a cuando era pequeño y viajaba junto con mi madre hacia distintos lugares, y aunque no lo saben, no tuve una infancia muy estable, de hecho mi vida y mi estadía era un tanto errante; lo cuento desde los recuerdos de mi madre, porque sinceramente mi cerebro ha bloqueado esos recuerdos de mi memoria.
Lo que sí recuerdo es que, como es natural en un niño, el antojo por todo lo que vendían las señoras que subían a los buses como: papas rellenas, chicharrones, camarones, etc. Esos antojos, para el Marco de ese entonces eran anhelos frustrados, y supongo que para muchos niños que no tuvieron la bendición de nacer en un hogar acomodado, al igual que yo, tuvieron que aprender a vivir reprimiendo el antojo, renunciando al deseo natural del ser humano de querer algo, y es increíble como la necesidad y la carencia pueden hacer despertar en la inocencia de un niño la conciencia.
Hoy en día podría sanar mi niño interior y comprarme todo lo que en su momento no pudieron comprarme, pero también me gustaría tener la inocencia del Marco de ese entonces, que no cuestionaba la higiene con la que preparan las comidas, así que por el bien de este hombre despanzurrado, prefiero evitar sanar mi niño interior.
Me asombra mucho que un hombre tan desmemoriado como yo, que constantemente tiene problemas porque lo olvida todo, pueda tener recuerdos de esa etapa tan temprana de mi vida a través de los aromas, es increíble cómo pueden pasar los años y la esencia de cada cosa, de cada lugar, de cada persona, tienen un distintivo que los hace únicos, que los hace míos y que para mí se vuelven eternos.
Ya estoy viviendo el infierno del verano, desnudo, o mejor dicho, descaradamente desnudo; intentando concentrarme en escribir sin que la traspiración ahogue mis pensamientos. En un pueblo tan pequeño, donde las distracciones son tan limitadas, siento que tendré mucho tiempo para poder escribir, espero que así siga siendo.
Desde Mollendo.
MVD.
Marquito aquí tú fans! me alegra leer tus vivencias.Te bendigo y envío súper abrazos!
Recibo tus bendiciones y abrazos con mucho gozo y amor, me alegra sentirme acompañado en este sendero de la vida. Te mando un fuerte abrazo a la distancia, esperando que este mensaje te encuentre bien, tía.