Hoy Viernes Santo me entró una añoranza y unos recuerdos de la infancia; recuerdos de cómo la abuela preparaba cualquier cantidad de mazamorras, postres y sopas; el pescado en diferentes variedades y proporciones magnánimas e incuantificables; algo que incluso era adverso a la hambruna y desolación que azota a la población más vulnerable de este planeta. Actos que hacen cierta reverencia a uno de los pecados capitales, como la gula. Pero a su vez, y de forma antagónica, representaba la unión familiar y el respeto irrefutable hacia Dios el todopoderoso.
Con la llegada del nuevo milenio, poco a poco se fueron perdiendo esas costumbres y ese respeto, incluso en personas mayores que se vieron influenciadas por la juventud, que esta, a su vez se vio influenciada por esta ola de ateísmo y agnosticismo que fue captando adeptos al rededor del mundo, pasando de ser una minoría mal vista, a un grupo emergente y respetable, cambiando la percepción de la humanidad, dejando la devoción de lado, para empezar usar métodos de comprobación científica, teorías sobre la creación del universo, y, por sobre todo, implantó la idea de la «inexistencia de un ser supremo, omnipresente y omnipotente» dando así un duro golpe a la cúpula cristiana, y con cristiana no me refiero al grupo religioso, sino al conjunto creyente de Cristo.
Hoy, en pleno 2020 y en un mundo azotado por una enfermedad que por día termina con la vida de miles de personas, en donde el estrés de estar encerrado durante semanas agota con la paciencia de muchas personas, generando explosivos y corrosivos conflictos intrafamiliares; no obstante, un simple tosido pone en tela de juicio si ese miembro de la familia genera un riesgo para la sanidad del hogar, creando una notoria desconfianza hacia alguien tan cercano, con el que incluso, antes, podrías haber compartido utensilios tan personales como una cuchara o un vaso; ahora te fijas, separas y desinfectas cada cosa que tocó; bajo el concepto de protección a los tuyos, que irónicamente son de ellos de quienes te proteges.
Tiempos difíciles para todos, pero que a su vez tenemos que aprovechar para usarlos como reflexión, hacer esa catarsis tan necesaria en todo ser humano para poder reiniciar su vida. Aprovechar este Viernes Santo, sin importar si eres creyente o no; y mira que quien te escribe es una chanfaina de creencias, es muy gracioso cuando me preguntan cual es mi religión, ya que siento que no pertenezco a ninguna, porque soy creyente de Cristo, pero no comulgo con las creencias cristianas; sin embargo, adoro la idea de creer en un mundo basado en amor, ya que si analizamos la vida de Jesús, se basa en amor y perdón. También he adoptado ya hace muchos años costumbres budistas, trato, en cierta forma, de desprenderme de cosas banales que sólo alimentan mi ego, y aunque es muy difícil, seguimos intentando.
Y así podría seguir enumerando las costumbres y creencias que tengo, durante horas, pero si de algo estoy claro, es que el pilar de mis creencias es Cristo, y créanme que en mi día a día no soy para nada religioso, y siempre encuentro puntos negativos en todas las religiones cristianas, como la ambición y el sentido de pertenencia egoísta de cada uno de ellos; ya que siempre es la misma rivalidad, cristianos versus católicos; musulmanes contra católicos, y los ¡Católicos contra el mundo! Sí, con la religión que menos comulgo es contra los católicos, pero ese tema es para otro escrito.
Regresando al tema, pido que tomemos la esencia de este Viernes Santo, que representa la muerte de Jesús, y con ella, la salvación y el perdón cada uno de nosotros; y en estos tiempos de estrés, de impulsividad e irritabilidad, darnos la oportunidad de perdonar a quienes en algún momento nos ofendieron, y porqué no, también pedir perdón si fuimos nosotros la parte incisiva. Compartir con nuestra familia, así como la abuela lo hacía antes, tal vez no con la magnitud gastronómica de aquellos tiempos, pero sí sentarse a la mesa y compartir, disfrutar de los nuestros, y ver el mundo actual con mayor optimismo.
10 de abril de 2020 – Arequipa, Perú
Marco André Vizcarra