Hace pocos meses tomé la decisión, como es natural en una persona de casi treinta años, de alzar vuelo, de enfrentarme a la vida de la forma más austera, sin ese soporte y estabilidad que te da la familia, y aunque tengo la convicción de que este es el intento definitivo (puesto a que este es mi tercer intento de independencia, de una supuesta libertad), también siento que por primera vez experimento la soledad absoluta, que escucho por primera vez lo estruendoso que puede llegar a ser el silencio sepulcral de una casa vacía, o tal vez sólo ha pasado tanto tiempo desde la última vez que intenté emanciparme, que se me hace casi imposible recordar esa sensación de asilamiento, de autoexilio.
Hoy siento una melancolía extrema, y es que extraño muchas cosas, como por ejemplo, las caricias de mamá, extraño tanto sentirme su consentido, extraño también el no poder dormir aquellas mañanas del pasado en las que mi hermano se alistaba para sus pichangas, y ponía música a todo volumen, sin la más mínima consideración por el sueño ajeno. Extraño también las alergias que me causaban los pelos de mis mascotas y de las que tanto renegaba; hoy, cada que las veo en aquellas visitas semanales, siento que extraño hasta sus ladridos ensordecedores de los que hui, según yo, tan aliviado; pero, lo que más extraño, sin dudas, es ese sentimiento de que pertenezco a un lugar, y sí, sé que para mi madre seguiré siendo su niño consentido, y que para mi hermano seguiré mereciendo la más mínima de las consideraciones, pero siempre desde el amor infinito que nos hemos tenido desde que su camino se unió con el mío; también sé que al regresar a lo que en algún momento fue mi casa, siempre encontraré dos colitas recibiéndome con el amor más puro que puede existir en este mundo; pero claro, de ahora en adelante, siempre será con el afecto y la hospitalidad de un huésped.
Hoy mi hogar se encuentra lejos de lo que un día llamé «mi casa», hoy nadie me despierta por las mañanas; cuánto quisiera en esta casa escuchar aunque sea un ruido extraño, de esa forma silenciarían el bullicio que generan mis pensamientos en mi cabeza. Cuánto quisiera sentir las caricias de mamá cuando sin decírselo, sabía que estaba triste: No sabes cuan triste me siento últimamente, mamá. Hoy me siento enfermo del alma y me duele el corazón. Nunca aprendí a cocinar, mamá; pero no siento que exista algún caldito que atenúe esta pena de sentir que ahora sólo me tengo a mí, y que realmente no me caigo tan bien.
Mis casi tres décadas me han dado la valentía de sacar de mi vida a aquellas personas, a aquellos amigos a los que, por decisión propia llamé hermanos, y la experiencia que te dan los años con el curso de la vida y el transcurrir del tiempo, me han obsequiado esa pausa, esa sabiduría que necesitaba para analizar a las personas que incluya en mi vida y formen mi núcleo más cercano; entendí que el título de familia no es algo que se tenga que tramitar tan fácil. Lo triste de realizar una purga tan extensa, es que mi teléfono ya no vibra, las notificaciones son siempre de mi novia y de mamá, y los que algún día fueron mis amigos, hoy no lo son más.
Hoy, a diferencia de otras veces, me siento y estoy más solo que nunca, mi familia está lejos, mi novia está lejos, mis contados amigos también están lejos u ocupados creciendo (que orgulloso me siento de ellos); tal vez yo debería hacer lo mismo, pero para crecer aún debo resolver esta ecuación en la que 1 no es igual a 0, y en la que 1 elevado a la n potencia puede ser algo más que 1. Quiero hacer de mi soledad una gasolina que me permita llegar más lejos, y que las personas que amo puedan sentirse orgullosas de mis triunfos en un futuro cercano.
Quiero que estos sentimientos tristes que me generan el auto exilio desaparezcan y me permita conciliar el sueño.
Quiero recordar las caricias de mamá con cariño, y dejar de sentir que su ausencia me quema la piel, quiero aprender a amar el silencio y que la bulla tormentosa que hay en mi cabeza se transformen en palabras que me permitan alcanzar ese sueño tan lejano; quiero que la soledad deje de hacer tan dura esta distancia de amar, que esos más de mil kilómetros se sientan centímetros al oír su voz y que al ver su lado de la cama mi corazón partido no se retuerza de dolor al extrañar su otra mitad que está con ella, quiero sentir que somos una pareja normal y que cuando camino viendo el atardecer, está ella a mi lado y me toma de brazo, cuánto extraño su brazo entrelazado con el mío, cuánto extraño sus labios siempre hidratados y humedecidos por su saliva fría al besarme… Cuánto la extraño, y es que últimamente extraño mucho, y quiero dejar de hacerlo, por el bien de las personas que más amo; quiero quitarles ese peso que les doy al encargarles, de forma totalmente egoísta, mi felicidad, quiero aprender a amar mi soledad, la tristeza, la añoranza, el silencio, la distancia.
Son a estas horas, cuando ellos duermen y yo debato conmigo mismo si tomar o no mis pastillas para dormir, cuando más los necesito, el silencio me ensordece, la soledad me abruma, la distancia se hace más lejana y yo me vuelvo más niño, y extraño a mamá; quiero ir a su cuarto y dormir entre sus brazos, porque a medida que uno crece, se da cuenta que una madre nunca es suficiente y que en vida la extraño, y que cuando parta al cielo, donde corresponde, de donde pertenece, otra parte de mi corazón y mi alma entera se irán con ella.
La vida me ha quitado mucho y yo le he pedido poco, me hizo sentir la ausencia desde que nací, sin haberla merecido, he crecido viendo a las personas llegar y partir, me he hecho de la idea de que nada es para siempre y vivo con el miedo de que llegue el día que me tenga que despedir de esas personas a las que les entregué una parte de mi corazón, y pasar de sentirme solo en esta casa a sentirme solo en esta tierra.
Lamento si al leer este escrito muevo alguna fibra que entristezca sus corazones, pero escribir me libera de esta soledad que me atormenta, y mis palabras están ensombrecidas por una pena que me ahoga.
He decidido terminar este escrito y tomar mis pastillas, tal vez así sueñe con ellos, tal vez ahí los extrañe menos. Quiero dormir, porque hoy no puedo vivir con el dolor que me causa su ausencia.
Desde mi soledad,
Marco.